La bebida del diablo
9/12/20241 min read
En el siglo XVII, el café ya había llegado a Europa, pero aún era una bebida exótica, casi secreta, que solo algunos conocían. En Venecia, ciudad de comerciantes y navegantes, la nobleza lo probaba con escepticismo. Un día, el Papa Clemente VIII escuchó los rumores de que una bebida oscura, traída por los turcos, estaba hechizando a la gente. Era considerada peligrosa, y algunos incluso la llamaban "la bebida del diablo", pues venía de tierras musulmanas, lo que provocaba desconfianza entre los cristianos.
Los cardenales y consejeros del Papa sugirieron prohibirla, para evitar que la gente cayera en tentaciones paganas. Pero Clemente VIII, un hombre curioso y abierto de mente, decidió probarla antes de emitir un juicio. Llamó a sus sirvientes y les pidió que le prepararan una taza de ese tan temido brebaje.
Cuando el café llegó a sus manos, el Papa lo olió primero, disfrutando de su aroma tostado y cálido. Luego tomó un sorbo… y quedó cautivado. Según cuenta la historia, después de probarlo, Clemente declaró en tono juguetón: "Esta bebida del diablo es tan deliciosa que sería un pecado dejarla solo para los infieles. ¡Vamos a bautizarla y hacerla cristiana!"
Con esa bendición papal, el café no solo evitó la prohibición, sino que se abrió paso en las cortes europeas y en la vida cotidiana de la gente. Fue el empujón definitivo para que la bebida conquistara el continente, y desde entonces, cafés y tertulias florecieron en las principales ciudades, transformando el café en un símbolo de encuentro y conversación.
Así, gracias a un papa curioso, el café dejó de ser "la bebida del diablo" y se convirtió en la bebida predilecta de pensadores, poetas y soñadores por todo el mundo.